Conocí a Domingo Faílde hace cuarenta años. Toda una vida. Desde el principio lo devoró su inquietud por el idioma, por las fórmulas del lenguaje, por la literatura y, en especial, por la poesía. Conocedor profundo de los clásicos –griegos, latinos y españoles-, su afán máximo se cifraba en lograr conjugar la historia con la evolución de la expresión literaria. Forma y fondo, sentido y sensibilidad: su gran reto. Poeta natural, casi desde que supo escribir (he llegado a pensar que con sus ojos curiosos y su mente depredadora hasta piensa las cosas más cotidianas líricamente, enriqueciéndolas con palabras más precisas y sugerentes), pronto comenzó a investigar nuevas fórmulas poéticas sin perder de vista la génesis y evolución del idioma. Así, desde el "Guantánamo" linarense hasta su paso por la Universidad de Granada, por encima de la visión provinciana de la realidad, supo enviar cegadores destellos de creatividad y emoción con su primer y más tierno libro, "Materia de Amor", que como de su dulce adolescente decía Max Aub, fue triunfador de mil melocotones: como el impacto de una piedra en el lago tranquilo del conformismo provinciano del momento, sacudiendo con sus efectos todo el panorama de la poesía convencional de su espacio y de su tiempo. Se embarcó en empresas literarias a tumba abierta, entre las que no fueron menores la publicación de una revista periódica ("Himilce"), que nucleó a la docena de escritores larvados que pululábamos por esa geografía minera; encendidas reuniones, entre la política, la dialéctica y la literatura de cuyos encuentros salieron no pocos significativos manifiestos nada gratos al poder y, entre otras interesantes propuestas, la lograda de publicar anualmente. Y lo ha venido haciendo siempre innovando, abriendo nuevos y luminosos caminos a la expresión poética. De ese logrado empeño, fueron los frutos no menos de una veintena de hermosos y rutilantes libros en los que, de una vez por todas, la poesía vital y comprometida nos comprometió implacablemente. Tuvo dos hijos. Luego, ligero de equipaje, se exilió al sur del sur, se replanteó su trayectoria vital y volvió a comenzar desde la nada. Pero con el valioso patrimonio de su avezada obra como pasaporte. Hoy, unido a otra extraordinaria fuerza literaria, la poetisa Dolors Alberola, juntos ("los ríos, muchas veces, son el mar") han empuñado la antorcha de los sentidos y, como buenos mediterráneos (todos lo somos: hasta Cádiz llega el inmenso sol fenicio de nuestros ancestros), cuando nos convocan –un nuevo libro, un manifiesto, un recital, alguna lectura maravillosa en la que todos cabalgamos al ritmo que sus poemas imponen-, sabemos que encontraremos el calor incondicional de la amistad cierta, la hermosa palabra y el generoso vino que, siempre, como desde la Iliada, acompaña sus presencias.
Francisco López Villarejo
La labor literaria que realiza el insigne poeta Domingo F. Faílde, además de bella y sorprendente y mágica, conforma un mundo poético complejo e inmenso. Su estilo y su forma creativa son ciertamente impresionantes. La influencia de su poesía es ya un hecho. Faílde es uno de los escasos poetas actuales que con mayor plenitud nos revela, tanto en sus creaciones poéticas como en sus trabajos en prosa, su talento. Nuestro poeta se desenvuelve en los campos de esa literatura en profundidad que es una lucha encarnizada para conseguir una realidad nueva del mundo, de la vida, de la poesía... Faílde acude siempre a la llamada del verso. Su poesía se basa en un incesante movimiento: movimiento lingüístico, curso y caudal del pensamiento, vuelo libre por encima del tiempo y del espacio, en definitiva, con la audacia de su libertad, que da vida e ilumina su genial intuición poética.
Carlos Benítez Villodres
La perfección es un elemento decisivo en la obra poética de Domingo F. Faílde. Perfección formal, sí, pero también perfección conceptual. Ello sitúa cada uno de sus poemas en un estado de transparencia expresiva (a Domingo se le entiende todo, o casi todo) capaz de sublimarse en auténtica pureza germinal, por más impuros que lleguen a ser los determinantes de cada composición, sobre todo si el poeta aborda, como suele, severos dilemas generacionales… Reconozco en Faílde el bello esmero renacentista de un Gracilaso, el refinamiento vitriólico de Quevedo, exquisiteces idiomáticas cuasi gongorinas, y ciertos primores eclécticos que amalgaman tradición y novedad al modo de las figuras líricas del siglo XX español. Referencias muy nuestras para un autor cuyo catálogo de imágenes y símbolos posee una fuerte componente autóctona, si bien esa inclinación jamás merma la universalidad de su aparato reflexivo ni el cuño diverso de su inspiración, que ora puede abandonarse al más umbrío pesimismo, ora cascabelear entre la más chispeante dicha amorosa.
José Villalba
Yo siempre he sospechado que en la polémica entre poesía-de-la-experiencia (normativa, globalizante) y la poesía-de-la-diferencia (libre, personalista, independiente) había algo más que una disputa escolástica. Especialmente, al ver quiénes defendían una y otra: ésta, el grupo de poetas malagueños agrupados en torno a Papel Literario (José García Pérez, José Sarriá, Morales Lomas, García Velasco), los granadinos Antonio Enrique, Fernando de Villena, José Antonio Sáez, y otros como Rodríguez Jiménez, Ricardo Bellveser, Pedro J. De la Peña, Pedro Rodríguez Pacheco, Domingo F. Faílde... sólo unificados por su buen hacer...