Retrato de heterónimo
Rute, Ánfora Nova, 2008
Colección Ánfora Nova, núm. 33
64 pp. 20x13 cm.
ISBN: 978-84-88617-59-0
PVP: 10 €
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La reina de la noche
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En la noche, que nadie me veía,
bajé las escaleras –por llevar la contraria-.
descendí a los infiernos
-sin ser el tercer día ni anunciarlo el profeta-
y, después de un paseo en la yamaha
-siempre tuve pasión por los juguetes caros-,
te sorprendí en un bar, dando caña a unas copas
y exhibiendo tus muslos en aquel guggenheim.

Qué iba a hacer,
qué podía decirte,
hombre de edad mediana y excedido
de peso y pesadumbre... Te comprendo.
Al fin y al cabo, uno
sale también en noches como ésta
a buscarse el calor de alguna cama
y embriagarse de ron y juventud.

Por mucho que me duela, no puedo reprocharte
tu liviandad -¡palabra tan antigua!-,
tu falta de memoria -¿no te acuerdas?
Poesía desnuda, mía para siempre-.
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Old-fashioned
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Se van haciendo viejas mis palabras.
Las mías, por supuesto, las que he utilizado
para nombrar las cosas que me acercaba el día,
decir amor o declarar tristeza
y pintarme la vida transparente,
con el color del aire.

Y no es que peinen canas, como las que yo tengo,
ni acudan como un perro a consolarme
si estoy en casa solo y los presagios
anuncian tempestad en los periódicos
y el sol cada mañana madruga más cansado.

Sucede, simplemente, que no suenan lo mismo,
que han cambiado de música y andan por las aceras
bebiendo el licor agrio de otra vida, otros modos,
tal vez otras muchachas que ríen cuando paso
y me tildan de cursi si les leo un poema.

La verdad, me dan ganas de darles matarile
o meter en sus venas algo para que flipen,
vestirlas de colores, ponerles algún piercing,
dejarlas enseñar por la calle el ombligo,
adobarles el pelo con gomina y espuma,
comprarles abalorios, algún CD pirata,
entrenarlas jugando con la videoconsola
y afilarlas, en fin, para que digan tacos
y se coman bocatas con las últimas sílabas,
qué sé yo, renovarlas –rinovarsi o perire-,
antes de que la historia nos deporte a Babel.

Pero no: he decidido dejarlas como estaban.
Que envejezcan conmigo y que conmigo mueran.
Ellas me abrieron puertas y allí estaba desnuda
la poesía, abatieron los muros del amor
y lloraron conmigo y conmigo rieron
y son voz de mi sangre y la herencia que os doy.

Me las quedo. Con ellas tengo un pacto suscrito:
el día en que me vaya, habrán de hablar por mí.
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Strip-tease
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Yo no soy yo,
soy sólo un heterónimo;
alguien al que he prestado mi piel y mis palabras,
a cambio –ése es el trato-
de un nombre y unos pliegos
intactos, donde pueda
inventarme una historia.

Vaya a la papelera
mi identidad, aquella que rubrican
carnet y pasaporte, títulos académicos,
tarjetas crediticias, pólizas de seguro,
secuencias de ADN y huellas digitales:
soy el que soy –lo digo sin soberbia-;
necesito un pasado de diseño, otro rostro
tan falso como el mío.
Busco un especialista en cirujía
plástica, que me haga
un avatar, no más el maquillaje
que me aleje de mí.

No os extrañe tan simple extravagancia:
Veréis, he decidido
emprender un viaje a la locura.
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Fausto, mon amour
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Para bailar conmigo
el tango de la eterna juventud,
yo te vendí la entrada
y tú, que ibas de listo,
un pagaré me diste con tu alma
para saldar la deuda.

Creíste que con eso
(largo me lo fiáis, dijo alguien)
acabaría haciéndote un descuento,
sin advertir que el tiempo con su paso
envilece las almas y deprecia,
aun jóvenes, los cuerpos más hermosos.

Ya lo ves, no es preciso
esperar a la muerte para cumplir el pacto.
Día a día, te cobras la factura tú mismo
y en la demora pagas,
con usura, tu infierno.
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Contemplación
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Imperceptible, cae
una lluvia dulcísima. En las calles
la gente se apresura. Están sonando
las campanadas de un reloj. ¿La hora?
No sé, fueron cayendo,
una a una, despacio, y como buques
de papel navegaron hasta la alcantarilla.
Tras la ventana, veo
perderse su sonido entre las olas,
al otro lado del cristal. La noche
espesa la cortina de humo que me envuelve
y apenas reconozco, frente a mí, la figura
del hombre que se mira en el espejo:
no soy yo, no son éstas mis manos ni mi frente
peina, ya rala, unos mechones blancos.
Siguen rodando los pequeños buques
por el cieno sucísimo y oscuro.
Estoy solo. La vida es esa calle
por donde van al mar las horas muertas.
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Oración del desesperado
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Apóstate, Señor, en la esquina más próxima
y asáltame en la noche, mientras duerme
la ciudad y, borracho, yo regreso a mi casa.

Que no tiemble tu mano
al asestar el golpe. Sé limpio,
pues no cabe mayor piedad que un tajo
profesional, certero, fulminante,
sin dar opción al tiempo y sus ardides.

Date, luego, a la fuga
y deja que mi alma muera también conmigo.
La eternidad es tuya: llévate mi cartera
y arroja a la basura mi carné, los papeles,
demasiado profanos y, desde luego, inútiles;
también y, sobre todo, mis poemas, los libros
que escribí. La tristeza,
quédatela, Señor, véndela al peso:
ella es la suma exacta de mi vida.
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Matemos la música
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Esta mañana,
arrojé por la borda del dormitorio
mi viejo receptor, una Marconi,
que todavía viajaba por el aire,
trayéndome los ecos de las tierras vecinas
y esa lista de éxitos, tan larga,
las piernas de mi novia Popotitos,
el quicio de la mancebía,
aquí Radio Andorra..

Luego hice otro tanto
con mi fiel tocadiscos y, uno a uno,
tiré aquellos vinilos que guardaban
la historia de mi vida,
ya saben, Elvis Presley,
los Beatles, Janis Joplin,
Beach Boys, el Dúo Dinámico;
e inmolé, acto seguido,
mis modernos CDs.

No me sirve la música, no caben
sus arpegios en mi melancolía,
el pozo oscuro de mi decepción.
En su lugar, el ruido de las hormigoneras,
las fusas y corcheas del martillo neumático,
los aullidos del broker que proclama
la subida del dólar y el índice Nikei.

Cuando llegue la noche,
el silencio imposible sellará la tristeza
de este mundo que calla su fracaso
mientras la muerte aúlla en los televisores.
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Retrato de heterónimo
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Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
Jaime Gil de Biedma
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No soy aquel ni ése ni yo mismo.
No tengo voz ni voto ni palabra.
Nadie me ha dado vela en este entierro.
No canto. No cuento. No existo.

Sé de mí lo usual, tan poca cosa
que se reduce a un apellido, un nombre,
y tampoco son míos; ni siquiera
la edad que me atribuyen, los años no vividos,
las historias que encierro en cuatro versos
como cuatro paredes. Ni mi firma.

Qué hago aquí, me pregunto y eso es cierto,
usurpando una luz que no es la mía,
colgado de una hembra que tiene quien la quiera
y prefiere a otro tú, a otro yo-lírico,
sombrío, taciturno, fracasado;
un hombre tan real, que suda y sangra
cada vez que el arcángel le invita a echar un trago.

Ni siquiera me queda la coartada romántica
de forjar en mi fragua la hoja del cuchillo
que he de blandir quizás para matarme,
a falta de una espada que me lleve a la gloria.

En fin, soy un okupa de la mansión que habito.
No tengo nombradía ni estilo, soy un eco
de mí mismo, sin honra ni fortuna,
sin currículum vitae, sin papeles.
Soy un triste no ser, venido a menos.

He entrado en el Parnaso por la puerta trasera.
En el coro de Apolo voy de simple corista,
una puta barata que, a veces, se desnuda
y, a veces, bebe el güisqui podrido del alterne.

Nada os debo, es verdad –ya lo dijo el poeta-;
para el pan que me como, con usura lo pago:
un escaño en el cielo se reserva a quien sufre
y, aunque no creo en Dios, le reprocho mi suerte.

Y para qué seguir. Se acabó la película.
No soy más que un poetastro, condenado al olvido.
En los libros de texto no ocuparé una línea.
Mi futuro es la tierra de una fosa común.

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