Conjunto vacío
Malaga, Centro Cultural de la Generación del 27 (Diputación Provincial de), 1999
Colección Puerta del Mar
52 p. 21x15 cm.
ISBN: 8477853010. ISBN-13: 9788477853015
PVP: 6.25 €
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Descubrimiento de la dialéctica


El dilema no estriba
en la opinión de Heráclito,
pues ni es Éfeso esta ciudad
ni el agua en que me sumo
el riachuelo de la dialéctica.

Porque aquí me he bañado otras veces
y he sentido en mis plantas la misma caricia,
identidad de un tacto de arenas intocadas,
tal vez estos lugares
que antes había abarcado.

Porque todo, en efecto, parece en su sitio,
y están allí las leves colinas azuladas
y hasta la misma niebla que entonces contemplé.

Éste es el río -aventuro-
y el agua fresquísima: Todo
parece, pues, intacto.
Mas, si el curso recorro de mi vida, percibo
que algo cambió, sin duda, en el paisaje
y que el error soy yo.
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Alba del desconsuelo


Agazapada en el helor del alba,
titila la sombra y tremola el penacho
tinto del desconsuelo.

Así enciende la aurora sus fanales,
con ese fuego griego
que arde en el mar y, fatuo,
se encarama a la inmensidad.

Nunca azul brilla el cielo, ni rosa ni violeta.
Su exánime livor traza oscuras estrías
sobre la piel vejada,
mientras se va poblando de graznidos
y el horizonte estalla de brumas y presagios.

Preso en algún escollo, vigía sobrecogido,
asisto al despertar del mundo y sus señuelos:
El parto de la noche fue tan sólo esta luz
o esta luz fue la noche que soltó sus cabellos,
así como la vida o así como la muerte,
y confusión del ojo la niebla o las palabras,
porque acaso vivimos ensayando
nuestro papel de muertos.
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Erosión


La orfandad del paisaje
certifica la huella de la muerte,
su paso
por estos hoscos valles
que ruedan hasta el mar.

Verlos así, usurpados
por la densa calígine del alba,
restituye temores ancestrales
o quizás el recuerdo
de algún claustro remoto
donde el tiempo creciera,
cuando no había cronistas
que lo testificasen.

Hoy, en cambio,
calcinados en mis pupilas,
inhóspitos erigen
sus crestas de cianuro.

Decid si por vosotros
ha pasado
, pregunto.
Con un escalofrío me responde,
elocuente, la soledad.
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Ghost


Hoy he visto a la muerte.
Caminaba hacia mí, e iba avanzando
con el paso impasible
de los que nada tienen que perder.

Vestía unos blue-jeans y camiseta
y calzaba playeras italianas.
Tras las gafas oscuras de diseño
se adivinaban frías sus pupilas,
una pantalla acaso de ordenador leyendo
los nombres elegidos, por riguroso turno,
con esa precisión matemática
con que suelen matar las mujeres hermosas.

Iba, en fin, acercándose, y yo palidecía,
y el corazón saltaba detrás de la camisa,
presagiando el final.

Casi a mi altura,
me miró,
la miré;
no ocurrió nada.

Aquella aparición pasó despacio,
dejando tras de sí una estela de pétalos
y unas ganas terribles de morir.
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Compás de espera


Concurro puntualmente a mis deberes
y voy acostumbrándome a las citas,
porque estoy abocado a la última
y quiero hallarme allí, en el lugar exacto,
puntual y preciso, como una maquinaria
que ha sido puesta a punto
y sabe sus funciones
y barrunta prescrita su vigencia.

Porque acaso sea así
la muerte, material
y prosaica, rutina de los dioses,
que guardan su manada con ilusorio báculo,
nos ceban con el pasto de la duda metódica,
para al fin inmolarnos
en el festín celeste.

Mientras llega el momento,
pacemos orgullosos en campos de zafiro
vanidades y estrellas, truenos y camafeos,
ufanos por la gloria
que abastece, implacable, los manteles
en donde el Universo se desangra.
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Mar a solas


Tal vez por los caminos languidezcan
las tardes, las miradas y esas voces
que se encendían en la soledad.

Quedará su secreto vagando por los valles,
indescifrado, eterno, porque sólo
permanece el silencio, planeando
sobre la muda música del mar.

Y el mar, corola exacta ,
posado en las espaldas inmensas del vacío,
atestigua la ofrenda del tiempo calcinado
en sus crestas efímeras.

Como si nada hubiese sucedido,
sigue brillando el arabesco oscuro
de la noche en su espacio.
Prendido en el cristal de la marea,
su rostro azul la muerte perpetúa.
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Testamento y epílogo


No perseguí otra gloria
sino el conocimiento y sus catacumbas.

De la vida tomé
sólo el destello mínimo
del aura que se esconde
en la oscura maraña
de las formas o el mar.

La luz, la luz...,
He aquí mi baluarte y mi coartada.
Las palabras acaso
llegaron después.

El resplandor vestí con su nonada
y surgió así la música
que me salva del tiempo.

Ella me dio un camino
para andar por la noche
y navegar a ciegas.

De todo lo aprendido,
conservo únicamente
el prodigio de la ignorancia
y una voz recelosa
que me incita a escapar.

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