La noche calcinada
Almería, Batarro, 1966
Colección Batarro. Poesía, núm. 5
50 pp. 21 cm.
ISBN: 13: 978-84-605-4982-6
PVP: --
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Oficio nocturno


Escruta las estrellas cada noche.
Noche tras noche, busca una respuesta.
En vano,
una respuesta indaga:
Si esa luz es la luz.
Si el fuego contemplamos. O a bordo de la noche
navega nuestra vida por ignorados mares,
rumbo al abismo.

............................ Mientras, precipitan
los astros su secreto,
la impenetrable sombra que pensamos
con el rostro de Dios.
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Rumores lejanos


Siempre repite el eco esos acordes.

Apostado en la cima,
ascienden desde el valle los sonidos:
palabras, el repique
de los martillos, coches
y un lejano murmullo
que ya escuché otras veces.

En el ápice de la edad
y acaso de los tiempos,
en la cota más alta de un trayecto
que recorrimos juntos,
sigue el aire arrastrando
los antiguos lamentos
y una música oscura
que no logra acallarlos.

La sinfonía del mundo,
aunque cambien los gustos y la gente
se afane en renacer con cada arpegio,
reproduce tan sólo la tristeza
que rodea, impertérrita,
el panteón de la luz.
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Del origen


De lejos, hasta el punto
donde cierra la luz
las pupilas del mundo.
Y, en medio,
cubriendo la distancia
que hay entre el horizonte
y tu atalaya,
la vida -tu existencia,
signada, simplemente,
por todo cuanto tocas,
cuanto fue, lo improbable-,
y ese papel en blanco
que nunca escribiremos.
El espacio, qué error:
porque no hay cálculos
que al abismo resistan.
Y por ello es posible la poesía,
y por ello también
................................ la tristeza.
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Regreso a Leningrado


Durante muchos años,
que, por jóvenes, fueron los mejores,
recorrió los canales de Venecia
y, tras hacer escala en Corfú,
Bizancio o Samarkanda,
recaló en Marraquech.
....................................... Hasta que, un día,
harto quizá de imaginar salones
o mendigar prebendas a monarcas de fábula,
fue a tomar un avión.

En el largo camino hasta el aeropuerto,
esquivando mendigos y otras alegorías,
acaso despertó de su embriaguez.

Debiera algún recuerdo juvenil asaltarle,
que en la taquilla dijo: ¡A Leningrado!
Con una encantadora sonrisa americana
y acento moscovita,
le repuso una joven: Caballero,
no figura en el mapa esa ciudad.

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